En la tranquilidad de la tarde, entre pinos, pinocha, cotorras y colibríes, con Maia burlábamos el calor y la hora de la siesta. Estábamos conversando sobre nuestro amigo, el pirata Francis, cuando de repente apareció un personaje de lo más insólito y charltán. Era el murciélago Miguel Amoroso. A plena luz del día, este travieso murciélago también estaba burlando la hora de la siesta. Con Maia lo invitamos a que se quedara con nosotras, ya que ninguna de las dos había visto antes a un murciélago tan de cerca. Maia le preguntó de dónde había salido, porque se acordaba que el verano anterior los vecinos habían derribado de su casa un nido con 800 murciélagos. Miguel Amoroso se entristeció un poco y le contó que, por suerte, esa madrugada, se había sumado al éxodo con otro grupo de murciélagos que habían previsto la catástrofe de ese nido barullero y que ahora vivía en una nueva guarida secreta y más silenciosa.
Maia se sacó el dedo de la boca y le pidió que la llevara. Miguel Amoroso se rio, porque su casa es muy pequeña aun para nenas tan pequeñas como ella. Pero le prometió venir a visitarla todas las tardes. Y de regalo, le dejó una bolsita con sus más preciadas golosinas: bichos bolitas, cucarachas y montones de mosquitos. Nos saludó con un abrazo de murciélago y se alejó volando
y guiñándonos un ojo.
Maia y yo sabíamos que teníamos un nuevo compañero de siesta para las tardes de las vacaciones.
Maia se sacó el dedo de la boca y le pidió que la llevara. Miguel Amoroso se rio, porque su casa es muy pequeña aun para nenas tan pequeñas como ella. Pero le prometió venir a visitarla todas las tardes. Y de regalo, le dejó una bolsita con sus más preciadas golosinas: bichos bolitas, cucarachas y montones de mosquitos. Nos saludó con un abrazo de murciélago y se alejó volando
y guiñándonos un ojo.
Maia y yo sabíamos que teníamos un nuevo compañero de siesta para las tardes de las vacaciones.
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