Vistas de página en total

jueves, 26 de febrero de 2009

feliz, feliz no cumpleaños... ¡a mí, a tí, a tu!


El 21 de febrero fue mi día especial. Hace 33 años nací una noche de carnaval, bajo el cielo de piscis y la luna de escorpio. En realidad nací a las seis de la tarde, pero desde que era una beba, todos los 21 mi mamá me canta "nació negrita, nació negrita, en una noche de carnaval" y así, pues, pongámosle que nací a la noche.
Este año celebré 11.880 días vividos. Tan sólo un puñado. Y no me detendré en este asunto que es por demás anecdótico, porque fue en el día 11.879 que aprendí una gran lección.
Según dicen, entre todo lo que se dice de los piscianos, es que somos muy intuitivos. En todo este puñado de días que me fueron dados vivir creo que puedo asegurarlo, aunque muchos no sigan los impulsos de sus intuiciones (lamento contarme entre ellos).
En el almuerzo de vísperas de mi cumpleaños le dije a los viejos: "Quiero jugar al 33 a la quiniela". Nadie se inmutó y se llevaron al unísono el tenedor a la boca. Esta banda de nulos timberos truncos más de una vez amagó a desafiarle al azar un par de números: patentes, cumpleaños, aniversarios. Al no decidirse, el azar se ha vengado de nosotros. Todos esos números que salieron de nuestras bocas y nunca jugamos, han salido. "Le voy a jugar al 33", insistí. Hubo un único gesto que apoyó mi moción. Mi mamá levemene asintió con la cabeza.
Nunca antes había sentido ganas de jugar a un número y no sé por qué razón me había surgido ese pálpito del 33. Y no le jugué, para no perder la costumbre, desoyendo a ese viejo hombre de Crónica TV que, como un augurio, enganché justo cuando le decía a los piscianos que sigan sus impulsos.
La tarde del 21 fui a comprar el coco para los alfajores de maizena. Oh, sorpresa! Oh, destino venturoso! Oh, azar! El local vecino tenía un cartel bien grande que no pude eludir: EL ESCOLAZO. Entré, lógicamente. Para mi mal asombro, el 20 de febrero, en la vespertina (a unas horas de haber sentido mi impulso), había salido el 33. Oh destino... oh azar.... qué mala jugada. Le jugué de todos modos.
Al comentar lo sucedido en la cena de cumpleaños para exorcisar esta falta de fe, una amiga dijo, en forma de consejo de alta timba, que le jugara cuatro días seguidos. (...) A ver ... no le jugué y salió, le jugué, gasté $40 y no gané... A quién se le ocurre seguir jugando....
Dos días después...
Recordé lo que me habían dicho y entré a ver qué número había salido el último día del conjuro del impulso timbero...
Oh, sorpresa! Oh, destino venturoso! Oh, azar!
Sí. Había salido el 33.

lunes, 9 de febrero de 2009

el murciélago miguel amoroso






En la tranquilidad de la tarde, entre pinos, pinocha, cotorras y colibríes, con Maia burlábamos el calor y la hora de la siesta. Estábamos conversando sobre nuestro amigo, el pirata Francis, cuando de repente apareció un personaje de lo más insólito y charltán. Era el murciélago Miguel Amoroso. A plena luz del día, este travieso murciélago también estaba burlando la hora de la siesta. Con Maia lo invitamos a que se quedara con nosotras, ya que ninguna de las dos había visto antes a un murciélago tan de cerca. Maia le preguntó de dónde había salido, porque se acordaba que el verano anterior los vecinos habían derribado de su casa un nido con 800 murciélagos. Miguel Amoroso se entristeció un poco y le contó que, por suerte, esa madrugada, se había sumado al éxodo con otro grupo de murciélagos que habían previsto la catástrofe de ese nido barullero y que ahora vivía en una nueva guarida secreta y más silenciosa.
Maia se sacó el dedo de la boca y le pidió que la llevara. Miguel Amoroso se rio, porque su casa es muy pequeña aun para nenas tan pequeñas como ella. Pero le prometió venir a visitarla todas las tardes. Y de regalo, le dejó una bolsita con sus más preciadas golosinas: bichos bolitas, cucarachas y montones de mosquitos. Nos saludó con un abrazo de murciélago y se alejó volando
y guiñándonos un ojo.
Maia y yo sabíamos que teníamos un nuevo compañero de siesta para las tardes de las vacaciones.