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viernes, 31 de julio de 2009

selma y patty-episodio 3


¿un avión? ¿a dónde iríamos?


a la india quizás...

o a japón...


a cualquier otro lugar que se nos ocurra...


hasta podríamos ir atrás en el tiempo


tengo una fea sensación, un poco de miedo tal vez...



selma no se puede descubrir nuevas tierras hasta tener el coraje de perder de vista la costa


pero patty, no tenemos dinero...


selma, basta con imaginarlo y desearlo. ya verás...



pero, entonces, ¿seremos realmente muñecos?

miércoles, 22 de julio de 2009

contempla clementino



En estos días, la amenaza porcina que recorre solapada las calles desoladas, alentó la permamencia en mi cálido hogar. Entre otras cosas, he leído, visitado clínicas veterinarias sacalanasdepanzastraviesas, he cocinado lentejas, dormido largas siestas, he visto la lluvia, las nubes dispersas y el sol colarse entre ellas. Hasta he planeado todo un gran periplo de cambios vitales. Pero nada, absolutamente nada de estas actividades cautivó más mi curiosidad que la placidez de Clementino. He dedicado el tiempo suficiente para observar de cerca el enigma ancestral que se esconde en la naturaleza felina.
¿Qué contempla Clementino?

No sabría precisar la hora, es claro que él no la sabe y por qué he de saberla yo. Simplemente hay un momento del día, cuando el sol encuentra el hueco justo entre los altos edificios que nos rodean y sus rayos llegan a nosotros, en que Clementino se sienta frente a la ventana y mira. Y yo también me detengo a mirarlo.
Su mirada se pierde en el vacío, en un punto lejano y fijo. Y yo me pierdo en ese tiempo felino sin tiempo. Admiro su letargo, su inercia pensativa y trato de penetrar en ella, trato de dejarme llevar en lo que pienso, de participar de su momento meditativo. Aunque desconsoladamente pareciera vano. Nosotros, humanos, habitamos otro espacio, latigados por segundos, minutos, h
oras, mañanas, tardes, noches, días, fechas, semanas, meses, cuatrimestres, años, lustros, décadas y siglos....
Sin embargo, luego de un largo lapso lúdico, Clementino me miró con sus negras pupilas telepáticas. Lógicamente logró comprender mis locas ganas de deshacerme de mis ataduras temporales humanas y me llevó con él. De cuclillas sobre su lomo, como si fuera mi alfombra voladora, fuertemente lo abracé y pululamos por el cielo de mansilla, ida y vuelta. Loca de alegría y felicidad, de ver la terraza desde la altura, no pude menos que llorar. Lloré como... no sé, sinceramente, calcularlo en tiempo. Pues Clementino me enseñó en el vuelo a abolirlo por completo. Habré llorado lento lo que duraron en el viento todos los miles de pensamientos que salieron flotando del encierro de mi racionalidad. Ya no los tengo. Los regalé al azar, para quedarme sólo con el juego.
¿Qué pueril mirada ojalá pudo lograr quizás vernos?