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miércoles, 14 de mayo de 2008

Puta polaroid

Finalmente, me crucé con el pelado. En el peor momento, cuando menos lo esperaba, como era de esperar.
Describo la polaroid: desgreñada, con la campera colgando, el pulóver enrollado en la cintura, como salida del secundario, con los pelos terribles, las tetas de mantel, salpicadas de migas y la boca llena con un pedazo de miñón fresquito, calentito, recién salido del horno. Y lo veo venir caminando hacia mí. Nos cruzamos y yo no podía ni articular un hola. Lo saludé con la mano para darme un segundito y tragar la bola de miga. Se paró para darme un beso y preguntarme cómo estaba y lo único que quería yo era seguir de largo para convencerme, en las cuadras que faltaban para llegar a casa, de que la casualidad es muy puta y traicionera. Y que mis deseos son sus secuaces, que se cumplen cuando yo menos quisiera.
Claro que si no hubiera estado así, jamás nos habríamos cruzado.
Salí a la mañana vestida como para una expedición al polo y a medida que el día se fue haciendo cada vez más primaveral, cual cebolla, fui colgándome por donde pude todos los trapos. Cuando salí del banco, con más hambre que mal humor, no entré al botánico a esterilizarme, como suelo hacer después de la contaminación bancaria. Las coordenadas de la casualidad me guiaron por un camino no habitual. Ví una panadería y entré a comprar un cuartito de miñones para ir mintiéndole a las tripas un rato hasta llegar a casa y almorzar. Mientras, sin saberlo, le daba al pelado el tiempo justo para seguir su camino y, en minutos no más, encontrarme. Así, hecha un cachivache. Y quién sabe, después de todo, quizás le gusten los bagres con nula producción...

lunes, 12 de mayo de 2008

Localidad- La corrida

Sobre la avenida más ancha del partido hay una cuadra dedicada a la muerte. En una esquina, el cementerio. A unos pasos, el matadero. Y en el terreno entre ambos, la quema de basura, que después se convirtió en un crematorio, para que no desentonara. Hubo un rumor de que a veces los lugares se invertían y entonces se enterraban a las vacas y se cortaban a los muertos, pero nada asombró más a la gente de Morón que ver una estampida de toros corriendo por las calles. Una mañana de julio todo acontecía dentro de la más cotidiana calma. Nadie imaginó que en cuestión de segundos, lo que tarda una mala maniobra, un volantazo y un cerrojo en abrirse, iba a desatarse la gran corrida. Un camión jaula que iba al matadero dejó libres a un número de toros que pronto se dispersaron por la ciudad. Unos se abrieron camino por el centro. Destrozaron autos, golpearon sus astas contra las vidrieras de los negocios y dieron vueltas por la plaza hasta que un grupo de valientes logró encerrarlos en la catedral y, con ayuda de los bomberos, pudieron apresarlos. Otros seis se metieron en el cementerio y ahí empezó el encierro. Los toros corrían despavoridos por los pasillos y arremetían sus astas contra todo lo que se encontraba en su camino. Derribaron cruces, estatuas y lápidas. Los cuidadores, dos vascos emocionados, abrieron los ojos como si hubieran visto una aparición. Se colgaron unos trapos rojos en el cuello y se lanzaron a la corrida. En unos minutos lograron guiar a los toros hasta la salida del cementerio y de allí al matadero. Un par de ancianas que estaban cambiando las flores de los nichos de sus maridos huyeron escandalizadas del camino de los toros. Afortunadamente lograron forzar una puerta y refugiarse en una bóveda mientras al unísono cantaban:"A San Fermín pedimos por ser nuestro patrón, nos guíe en el encierro dándonos su bendición".

Localidad- Autopista del Oeste

Todos esperaban con ansiedad la culminación de la autopista del oeste. La idea de acceder a la capital en unos minutos había fascinado a más de uno, salvo a aquellos que debían abandonar sus casas para dar lugar a la construcción. Pero casi a la fuerza asumieron que no podían negarse al avance del progreso y, a cambio de algún dinero, cedieron y se marcharon.
Al tiempo de la inauguración de la obra comenzaron los accidentes. Cantidad de autos han sido víctimas de la visión que, de madrugada, asalta a los conductores.
En medio de la de la calma monótona del camino, una espesa nube de humo lentamente rodea al auto y una jauría de perros furiosos lo asalta de repente. El cabecilla de la jauría, de escalofriantes ladridos, le muestra al conductor sus descomunales colmillos pegados al vidrio mientras los demás aullan como lobos y golpean las puertas con sus hocicos. Cuando el conductor, sorprendido y aterrado, reacciona bruscamente, los perros desaparecen. Todos aseguran haber visto lo mismo. Noche de perros, según le han puesto. Se cree que son los mismos perros que solían vivir en las casas que se demolieron y que vuelven a defender y recuperar su antiguo territorio.
Los de la compañía constructora desacreditan la historia y aseguran que es producto de la imaginación conspiradora de la gente. Pero los vecinos, sólo por si acaso, se pusieron de acuerdo y encargaron una imagen de San Roque. Aunque en la entrega hubo una confusión y colocaron un Sagrado Corazón de yeso de considerable tamaño en una de las lomas del costado de la autopista, para alejar todo tipo de supersticiones y malos espíritus.

Localidad - El Viejo del bowling

En esta localidad no todo es lo que aparenta ser. Cada día nos lanzamos a la loca aventura de transitar por sus calles, ir y venir en sus trenes, comprar en sus negocios sin saber que, tan sólo a la vuelta de la esquina, podemos encontrarnos con una de las tantas maravillas que la habitan. Claro que dejarían de serlo si las pudiéramos reconocer tan fácilmente. Y esto es, con seguridad, lo fascinante. Uno puede llevar años viviendo en Castelar en una plácida ignorancia de todos los encantos que se desatan por las noches, por las mañanas, al mediodía, aquí y allá. Qué sorpresa nos llevaríamos si supiéramos lo que se esconde tras esas caras tan hartamente conocidas. Y la sensación que se experimenta cuando una de ellas se nos revela y nos hace cómplice y partícipe de esas leyes secretas que lo gobiernan todo es simplemente indescriptible.
Algunos han tenido la suerte de encontrarse en su camino, en una de las calles que bordean la vía, al viejo meteorólogo. Dicen que nunca muda su atuendo, sea verano o invierno, y que debajo del escharpe, la campera de jogging y de sus gafas negras se esconde uno de los más enigmáticos personajes de la zona. Se lo puede ver todos los días, después del mediodía, sentado en la puerta del bowling. Desde la silla se ríe de la incredulidad de los que socarronamente le preguntan si va a llover al día siguiente.
Parece ser que este viejo hombre posee la habilidad no sólo de predecir el tiempo sino que es capaz de calcular la evolución de la pérdida de ozono con sólo levantar la punta del dedo índice humedecida con saliva de gato y la intensidad de la radiación solar ultravioleta que se refracta en sus lentes.
Según cuentan, cada año pasa los doce primeros días en la terraza del bowling. Allí mide la temperatura, la nubosidad, la dirección y velocidad del viento por la mañana, por la tarde y por la noche. Esos días representarían la síntesis meteorológica de cada uno de los doce meses, de este modo, sabe cómo será el estado del tiempo día por día, mes a mes. Y lo que él dice, se cumple. Cuentan que hasta predice la crecida del arroyo entubado apoyando la oreja contra el asfalto.
Quién diría que este observador pluviométrico miembro de la Asociación de Observadores Voluntarios de la Red de Estaciones del Servicio Meteorológico Nacional para la Medición de Precipitaciones es fanático del bowling y que en sus años mozos era uno de los que se colgaban detrás del panel para juntar los palotes caídos.

viernes, 9 de mayo de 2008

Localidad - Es una cita a ciegas


Esto es efímero, ahora efímero.
Es tan chiflado y obnubilado ¿qué puede ser?
Lubricá tus branquias. Respirá otra vez.
Algo escandaloso, pero muy escandaloso sucedió en... Castelar...
Patricio Disco Show
Puede ser, fue... irreal.
No lo soñé, y se ofreció mejor que nunca....
Banderas en tu corazón.
Tuve temprano entre mis manos mi boleto y oí...
¡Vamos las bandas!
Esa banda inconsolable de perros sin folleto,
brujas de alma sencilla, patéticos viajantes.
Fue una noche de cristal que se hizo añicos.
Noticias piratas. Noticias de ayer.
¡Extra! ¡Extra!
¿Rock maravilla para todo el mundo?
Sólo un cuento fue que ayudó a pasar un buen rato,
un castillo de naipes que cayó
y palabras baratas.
El secreto para hacer un negocio tan pequeño y simple.
¿Cómo no se nos ocurrió?
Buenos atracos, pequeños atentados.
¿Pero cabe todo lo tuyo en una maldita valija?
Dicen que el crimen no paga ese empalagoso show,
esos retazos gratuitos. El crimen no paga el hipnótico panel.
Locura de locuras... porfiar dados trucados.
¡Cómo se ríe el gordo Pierre!
Por primera vez se robaron algo más que puta guita...
El cuerpo del delito se esconde en nuestro corazón y
en su coco siempre hay un petardo.
No lo soñé...
Me voy corriendo a ver qué escribe en mi pared la tribu,
la banda de mi calle.
Recuerdos que mienten un poco
...siempre fue así...
Ojalá pudiera recordar sin rencor.
Por favor, que el adiós no se alargue.
Este asunto está hora y para siempre en tus manos:
Los ojos ciegos bien abiertos.
El montaje final es muy curioso.
Es, en verdad, realmente entretendido.
Esto está muy shangai.

Nota al pie: Si pudiste leerlo de corrido quizás nunca te enteraste de que una vez, allá por los noventa, un cartel pegado en la puerta del Club Argentino de Castelar anunciaba el recital de Patricio Rey y sus rendonditos de ricota. Ahora, si no pudiste, quizás recuerdes también la mesa que había dentro del hall de entrada, donde se compraban las entradas de un recital que nunca fue....

Localidad -El 22

Para los trasnochadores hay otra Castelar. Hay una hora imprecisa entre el anochecer y la madrugada en la que muchos de los locales se transforman y abren sus puertas traseras. Así como una heladería es un bar y un pool es un puticlub, el kiosko 22 era una timba.
El 22 sólo levantaba la persiana marrón los viernes y sábados después de las nueve de la noche hasta la una o dos de la madrugada. Durante el día se adivinaba que ahí había un kiosko por el cartel despintado que había arriba de la ventana. No pocos fueron los que nunca llegaron a ver a Oscar, el gordo en camisa celeste, detrás del mostrador.
Caprichosamente quizás se lo veía abierto un sábado al mediodía. Y eso ocurría porque Oscar vivía en una piecita del fondo del local y si estaba aburrido o si todavía no se había podido dormir, lo abría un rato. Siempre iban los mismos clientes, que ya eran como una familia. Aunque de vez en cuando caía alguien que de carambola daba con esa ventana abierta y que tenía suerte si lo que buscaba eran cigarros o petacas de todas las bebidas, lo único que el gordo vendía.
Una vez que se bajaba la persiana, la familia, que se daba cita en la esquina, entraba por la puerta trasera a la casa de juego y allí se quedaban hasta el otro día.
Cuentan que Oscar calzaba las mejores botas tejanas vistas en el oeste y que antes de empezar la timba se clavaba una estrella dorada de sheriff en la solapa izquierda y se calzaba un cinturón de cuero marrón de donde colgaba su 22, para quedarse toda la noche bebiendo wisky de su petaca personal de alpaca, velando por el orden del lugar. También dicen que se ganaba unos pesos vendiendo botas tejanas que un amigo le mandaba desde España.
De un día para otro, un cartel de "Vende" tapó la ventana. Entre los trasnochadores trascendió que fue una vendida, algo con las botas y unas planchas de LSD enrolladas en el forro. Claro que ellos no tardaron mucho en descubrir la puerta trasera de una reputada panadería.

Localidad - Estimados vecinos del 22

Yo era vecina del kiosko del señor Oscar. Todos imaginábamos que en algo andaba y ahora entiendo el por qué de sus últimas palabras. Seré escueta, pero aprovecho para contarles que he leído todas las leyendas. Particularmente las de Piki y su sobrina, que me resultaban encantadoras. Y admito que me han dado ganas de ir a buscar esa memoriosa calle.
No es que me haya alegrado lo que pasó con Oscar. Pero al leer la historia y enterarme de esas cosas sentí la necesidad de contar lo que ocurrió verdaderamente. Lo de la casa de juego no me consta. El señor Oscar era un vecino quizás extravagante pero muy, muy generoso. Oscar murió en su cama. Los vecinos lo encontramos después de casi cuatro días. Había un olor nauseabundo por toda la cuadra que, por su puesto, provenía del kiosko. Y, vieron cómo son los chicos, algunos saltaron el tapial y allí lo encontraron. Y, cómo son las cosas, nadie les creyó. Pero los chicos dijeron que al entrar lo vieron azul, con una botella de whisky en la mano. Estaba en calzones y con las botas tejanas puestas. Y, vieron cómo son los chicos, quisieron sacárselas... Cuentan que el señor Oscar se incorporó y dijo:"¡Las botas no!" Y después se desplomó y no se levantó más. Lo sacaron con los pies para adelante, como él siempre decía que iba a salir de ahí adentro. Y no es que yo tuviera largas charlas con él, pero de vez en cuando le compraba una botellita de tía María.