En esta localidad no todo es lo que aparenta ser. Cada día nos lanzamos a la loca aventura de transitar por sus calles, ir y venir en sus trenes, comprar en sus negocios sin saber que, tan sólo a la vuelta de la esquina, podemos encontrarnos con una de las tantas maravillas que la habitan. Claro que dejarían de serlo si las pudiéramos reconocer tan fácilmente. Y esto es, con seguridad, lo fascinante. Uno puede llevar años viviendo en Castelar en una plácida ignorancia de todos los encantos que se desatan por las noches, por las mañanas, al mediodía, aquí y allá. Qué sorpresa nos llevaríamos si supiéramos lo que se esconde tras esas caras tan hartamente conocidas. Y la sensación que se experimenta cuando una de ellas se nos revela y nos hace cómplice y partícipe de esas leyes secretas que lo gobiernan todo es simplemente indescriptible.
Algunos han tenido la suerte de encontrarse en su camino, en una de las calles que bordean la vía, al viejo meteorólogo. Dicen que nunca muda su atuendo, sea verano o invierno, y que debajo del escharpe, la campera de jogging y de sus gafas negras se esconde uno de los más enigmáticos personajes de la zona. Se lo puede ver todos los días, después del mediodía, sentado en la puerta del bowling. Desde la silla se ríe de la incredulidad de los que socarronamente le preguntan si va a llover al día siguiente.
Parece ser que este viejo hombre posee la habilidad no sólo de predecir el tiempo sino que es capaz de calcular la evolución de la pérdida de ozono con sólo levantar la punta del dedo índice humedecida con saliva de gato y la intensidad de la radiación solar ultravioleta que se refracta en sus lentes.
Quién diría que este observador pluviométrico miembro de la Asociación de Observadores Voluntarios de la Red de Estaciones del Servicio Meteorológico Nacional para la Medición de Precipitaciones es fanático del bowling y que en sus años mozos era uno de los que se colgaban detrás del panel para juntar los palotes caídos.
lunes, 12 de mayo de 2008
Localidad - El Viejo del bowling
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