Finalmente, me crucé con el pelado. En el peor momento, cuando menos lo esperaba, como era de esperar.
Describo la polaroid: desgreñada, con la campera colgando, el pulóver enrollado en la cintura, como salida del secundario, con los pelos terribles, las tetas de mantel, salpicadas de migas y la boca llena con un pedazo de miñón fresquito, calentito, recién salido del horno. Y lo veo venir caminando hacia mí. Nos cruzamos y yo no podía ni articular un hola. Lo saludé con la mano para darme un segundito y tragar la bola de miga. Se paró para darme un beso y preguntarme cómo estaba y lo único que quería yo era seguir de largo para convencerme, en las cuadras que faltaban para llegar a casa, de que la casualidad es muy puta y traicionera. Y que mis deseos son sus secuaces, que se cumplen cuando yo menos quisiera.
Claro que si no hubiera estado así, jamás nos habríamos cruzado.
Salí a la mañana vestida como para una expedición al polo y a medida que el día se fue haciendo cada vez más primaveral, cual cebolla, fui colgándome por donde pude todos los trapos. Cuando salí del banco, con más hambre que mal humor, no entré al botánico a esterilizarme, como suelo hacer después de la contaminación bancaria. Las coordenadas de la casualidad me guiaron por un camino no habitual. Ví una panadería y entré a comprar un cuartito de miñones para ir mintiéndole a las tripas un rato hasta llegar a casa y almorzar. Mientras, sin saberlo, le daba al pelado el tiempo justo para seguir su camino y, en minutos no más, encontrarme. Así, hecha un cachivache. Y quién sabe, después de todo, quizás le gusten los bagres con nula producción...
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1 comentario:
Hola Fer!
Yo que estuve hombro a hombro contigo en la ENERC en varias oportunidades, y que pude leer cosas tuyas en aquel momento, hoy por primera vez me meto en tu blog y me encantó la forma que tenés de describir y de narrar. ME haré el tiempo para leer todas tus entradas, ya que me enganchado con la corrida de toros y la polaroid...
Te mando un beso enorme.
Pablo Werner
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