Para los trasnochadores hay otra Castelar. Hay una hora imprecisa entre el anochecer y la madrugada en la que muchos de los locales se transforman y abren sus puertas traseras. Así como una heladería es un bar y un pool es un puticlub, el kiosko 22 era una timba.
El 22 sólo levantaba la persiana marrón los viernes y sábados después de las nueve de la noche hasta la una o dos de la madrugada. Durante el día se adivinaba que ahí había un kiosko por el cartel despintado que había arriba de la ventana. No pocos fueron los que nunca llegaron a ver a Oscar, el gordo en camisa celeste, detrás del mostrador.
Caprichosamente quizás se lo veía abierto un sábado al mediodía. Y eso ocurría porque Oscar vivía en una piecita del fondo del local y si estaba aburrido o si todavía no se había podido dormir, lo abría un rato. Siempre iban los mismos clientes, que ya eran como una familia. Aunque de vez en cuando caía alguien que de carambola daba con esa ventana abierta y que tenía suerte si lo que buscaba eran cigarros o petacas de todas las bebidas, lo único que el gordo vendía.
Una vez que se bajaba la persiana, la familia, que se daba cita en la esquina, entraba por la puerta trasera a la casa de juego y allí se quedaban hasta el otro día.
Cuentan que Oscar calzaba las mejores botas tejanas vistas en el oeste y que antes de empezar la timba se clavaba una estrella dorada de sheriff en la solapa izquierda y se calzaba un cinturón de cuero marrón de donde colgaba su 22, para quedarse toda la noche bebiendo wisky de su petaca personal de alpaca, velando por el orden del lugar. También dicen que se ganaba unos pesos vendiendo botas tejanas que un amigo le mandaba desde España.
De un día para otro, un cartel de "Vende" tapó la ventana. Entre los trasnochadores trascendió que fue una vendida, algo con las botas y unas planchas de LSD enrolladas en el forro. Claro que ellos no tardaron mucho en descubrir la puerta trasera de una reputada panadería.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario