lunes, 12 de mayo de 2008
Localidad- La corrida
Sobre la avenida más ancha del partido hay una cuadra dedicada a la muerte. En una esquina, el cementerio. A unos pasos, el matadero. Y en el terreno entre ambos, la quema de basura, que después se convirtió en un crematorio, para que no desentonara. Hubo un rumor de que a veces los lugares se invertían y entonces se enterraban a las vacas y se cortaban a los muertos, pero nada asombró más a la gente de Morón que ver una estampida de toros corriendo por las calles. Una mañana de julio todo acontecía dentro de la más cotidiana calma. Nadie imaginó que en cuestión de segundos, lo que tarda una mala maniobra, un volantazo y un cerrojo en abrirse, iba a desatarse la gran corrida. Un camión jaula que iba al matadero dejó libres a un número de toros que pronto se dispersaron por la ciudad. Unos se abrieron camino por el centro. Destrozaron autos, golpearon sus astas contra las vidrieras de los negocios y dieron vueltas por la plaza hasta que un grupo de valientes logró encerrarlos en la catedral y, con ayuda de los bomberos, pudieron apresarlos. Otros seis se metieron en el cementerio y ahí empezó el encierro. Los toros corrían despavoridos por los pasillos y arremetían sus astas contra todo lo que se encontraba en su camino. Derribaron cruces, estatuas y lápidas. Los cuidadores, dos vascos emocionados, abrieron los ojos como si hubieran visto una aparición. Se colgaron unos trapos rojos en el cuello y se lanzaron a la corrida. En unos minutos lograron guiar a los toros hasta la salida del cementerio y de allí al matadero. Un par de ancianas que estaban cambiando las flores de los nichos de sus maridos huyeron escandalizadas del camino de los toros. Afortunadamente lograron forzar una puerta y refugiarse en una bóveda mientras al unísono cantaban:"A San Fermín pedimos por ser nuestro patrón, nos guíe en el encierro dándonos su bendición".
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