Por suerte cuando este domingo salí de Once con un frío pelante ¡llegaba el 188! Subí. Viaje aburrido si lo hay es el del domingo a la noche. Todos regresamos a nuestros hogares en un silencio de sepelio, velando al occiso findesemana que voló con mayor rapidez que con la que llega, después de siete días.
Yo venía de pasar la tarde con Jo y Maia. Cuando llegué, Maia estaba chupándose los dedos, en piyama, dormida, en el sillón. Con Jo hicimos el ritual del té y la pipa. Charlamos de libros, de fotos, de proyectos, de hombres. Cosas de grandes. Hasta que Maia anunció su despertar con una voz adormilada aún, diciendo, hola Kiarita, qué lindo verte... Y nos introdujo en su universo infantil de catarro y fábula. Se sentó a upa y me pidió que le contara un cuento. Le leí La piedra azul. Cuando la historia terminó, se sacó los dedos de la boca, me miró y me dijo te quiero mucho. Así me agradeció la lectura. Y me invitó a su cuarto a ver la casita de su nueva pollypocket.
Viaje aburrido el del domingo, sin dudas. Me sorprendo todos los días por la falta de humor con que la gente anda descaradamente por la vida. Estábamos llegando a mi parada y esperaba en fila detrás de la otra gente. No sé por qué, yo no escuché un timbre exagerado, el hombre que manejaba el colectivo grita: Dale, ¡tocá de nuevo el timbre! Y se quedó mascullando su mal humor.
Claro que yo estaba en la fila de los que descendíamos y al escuchar eso, qué otra cosa podía hacer que obedecerle. Y LE toqué el timbre. Sí, porque era para él. ¡Última! no pude evitar decir por adentro. A ver si le aireaba un poco la antipatía. Pero no. Me identificó como la perpetradora de la ofensa y me propinó un largo insulto. No sólo eso, tuve el privilegio de ser escoltada desde la esquina hasta casi la puerta del edificio por este gentil hombre que iba con la puerta abierta y diciendo vaya a saber uno qué cosas. Yo seguí mi camino riéndome con ganas. No sé a él, pero a mí me animó el viaje.
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